En el escenario de Teatro La Capilla, la puesta en escena de Sedientos bajo la dirección de Enrique Aguilar nos enfrenta a una verdad incómoda: el tránsito de la juventud hacia la madurez deja cicatrices invisibles. Lo que alguna vez fue asombro se convierte en silencio, y aquello que ardía en la infancia se apaga en la vida adulta, en un mundo desprovisto de poesía.

Wajdi Mouawad, dramaturgo francocanadiense de origen libanés, nos entrega aquí una pieza que amplía su sello estilístico y la profundidad de su crítica. Si en Incendios abordó el peso del silencio y en Pacamambo exploró la muerte, en Sedientos se detiene en la belleza: ese concepto salvaje cuya ausencia ocasiona que algo monstruoso se geste dentro del cuerpo. Una bestia que, al llegar a la madurez, deja a los seres humanos grises, con la ilusión muerta e incapaces de sostener la belleza o la esperanza.
En escena, Antón Araiza, Mel Fuentes y Nabí Garibay encarnan personajes atravesados por la tensión entre el deseo de sentido y la crudeza de lo real. Murdoch, epicentro de esta reflexión, personifica la sed absoluta: de justicia, de amor, de vida, de sentido. Como Paloma en La Elegancia del Erizo, también lo cuestiona todo, pero mientras ella fantasea con desaparecer para no corromperse y no convertirse en adulta, Murdoch se aferra a la esperanza, a sostener el grito hasta que alguien lo escuche.

¿Qué en la existencia humana es destino y qué decisión o azar? Boon confiesa haber elegido la antropología forense para enfrentarse al pasado y descubrir la verdad sobre Murdoch. Porque no se puede huir del destino. ¿Acaso Murdoch podía tener otro final?
Para quienes conocen la escritura de Mouawad, no sorprende que retome la noción de familia desde una perspectiva existencial. Incluso cuando no la muestra de forma explícita: en Sedientos, la figura del hermano, aunque no aparece físicamente, actúa como un espectro que recorre todo el texto. Su ausencia escénica no reduce su peso dramático: un recuerdo humillante persigue a Boon hasta el último instante, como una herida imposible de cerrar.


Este universo teatral también construye el mundo a través del imaginario y la licencia poética, como si nombrar las cosas con belleza fuera el último acto de resistencia, no solo para los personajes, sino para el propio autor.
La propuesta escénica de Enrique Aguilar subraya algo esencial: escuchar a los jóvenes no es aconsejarlos, sino prestarles un oído generoso. “A veces no necesitan alguien que los aconseje tanto como alguien que los escuche.”

En entrevista para este medio, Aguilar confesó que entre todos los personajes sería con Murdoch con quien sostendría la conversación más larga:
“Yo creo que sería con Murdoch porque soy maestro de nivel medio-superior y los jóvenes siempre tienen estas inquietudes qué comunicarte. Problemas, alegrías y sinsabores.” Porque si en la escena Murdoch dice mucho, aún quedaba en él un universo por decir.

“El texto me atrapó desde hace 10 años por lo que provocaba y provoca en mí respecto a los jóvenes que no son escuchados y el poder de la creación”, afirma Aguilar.
Sedientos no es solo teatro: es un diálogo imposible con la juventud que la adultez intenta silenciar. Por cada adulto devorado por el horror hay un adolescente prendido de la belleza y denunciando a todo pulmón la tragedia de convertirse en un engranaje más de la fealdad.
Y por todo esto, como espectadores, salimos con la certeza de que conocer a Mouawad es la oportunidad de nacer de nuevo.

📅 Última función: 7 de agosto, 8 pm.
🎭 Teatro La Capilla
🎭 Dirección: Enrique Aguilar
🎭 Elenco: Antón Araiza, Mel Fuentes, Nabí Garibay

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