El conjuro 4: Últimos ritos firma con respeto y emoción el cierre de la saga de Ed y Lorraine Warren. En esta última entrega, dirigida por Michael Chaves, el horror se entrelaza con lo íntimo desde los primeros instantes: un espejo maldito que marca el destino de la familia. Ambientada en 1986, los Warren, ya retirados, ven cómo el pasado vuelve cuando Judy —su hija— se encuentra al borde de un nuevo precipicio paranormal.
Patrick Wilson y Vera Farmiga ofrecen nuevamente una química cálida y creíble; su complicidad es el alma de una cinta que intenta ir más allá del susto fácil. La puesta en escena evoca con fuerza los mejores momentos de la saga: estética ochentera, suspenso visual y una bandada de emociones que nos recuerda por qué nos importan estos personajes.
No obstante, la película no está exenta de fallos. Su ritmo es pausado y hay largos tramos que se sienten obvios: los sustos, aunque visualmente atractivos, se apoyan en técnicas ya vistas. La narrativa, aunque emocionalmente sólida, recae en clichés, y algunos personajes secundarios quedan poco explorados.
Pero incluso con sus peros, Últimos ritos logra un equilibrio entre el escalofrío y la ternura. Cuando el susto se instala, lo hace con intención; cuando lo sentimental aflora, lo hace con corazón. En ese intersticio se manifiesta la fuerza del filme: una despedida que recuerda que la unión familiar puede ser tan poderosa como cualquier entidad sobrenatural.
Si te apasiona el cine que mezcla suspense con emoción, si te mueve el legado que dejan los personajes que hemos acompañado durante una década, esta película merece tu atención. No te promete reinventar el género, pero sí cerrar con dignidad una etapa icónica del horror contemporáneo. Acércate al cine, siente el miedo y —más importante— deja que el final te llegue al alma.
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