Vas de camino a tu trabajo, tomas el metro y bajas para empezar a caminar a tu trabajo que está a 10 min. solamente. Pasas por tu café favorito y lo disfrutas sorbo a sorbo. Suena tu celular:
—Hola, hijo. Espero que tengas un gran día, te quiero.
—¡Gracias mamá! Igualmente, también te quiero.
Sigues caminando y notas cómo el sol mañanero te acaricia la cara con sus rayos cálidos. Llegas a la oficina, te sientas en tu lugar limpio, te acomodas y revisas tus pendientes mientras escuchas tu playlist favorita.
Entra un compañero y pasa de largo, ignorándote. Observas con atención si saluda a otros… y ocurre lo que temías: saludó a todos menos a ti.
Decides ir al baño para despejarte. Mientras caminas, te duelen los hombros; no lo notas, pero llevas las pupilas dilatadas. ¡Oh, sorpresa! Te topas con el compañero que te ignoró. Intentas hacer contacto visual, pero ni te mira; te sudan las manos y, de pronto, te empuja y se va.
—¡P*ta madre! ¿Pues qué pregunté? —exclamas frustrado.
Comienzas a sobrepensar si hiciste algo mal o si simplemente no te vió. Sales del baño y sigues con tu día. Al terminar la jornada, tomas una pastilla para el dolor de cabeza; no entiendes por qué, pero a lo largo del día te estresaste mucho.
—Carajo, qué día más pesado. Todo el tiempo me sentí con pesadez, no entregué a tiempo un reporte y me llamaron la atención… Mi vida es una pesadilla.
¿En serio? ¿Una pesadilla?
Tuviste muchas experiencias hermosas mientras caminabas al trabajo, un trabajo que te brinda la posibilidad de crecer, tener la posibilidad de apreciar la majestuosidad de la naturaleza, de escuchar la bella voz de tu mamá, cada día tenemos la oportunidad de mejorar y todavía tenemos el cinismo de quejarnos solo porque nuestro ego decidió por nosotros darle más peso a un random que nos ¿”ignoró”?
Y esto solo es por poner un ejemplo, pero la vida nos pondrá retos más fuertes y de mayor impacto, así que, solo de nosotros depende con que nos quedamos.
Sianya Ruiz
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