En mayo, Netflix anunció que retiraría de su plataforma la película Bandersnatch, y probablemente te preguntes: ¿qué relevancia tiene que Netflix decida quitar una película estrenada en 2018? Pues bien, lo relevante es que esta será la primera obra que no podrá volver a verse nunca de la forma en que fue concebida.
Para quienes no la recuerdan, Bandersnatch fue un spin-off de la serie Black Mirror, una de las franquicias más exitosas de Netflix. Se presentó como una propuesta “innovadora”, donde el espectador podía tomar decisiones que afectan el desarrollo de la historia del protagonista. Este formato fue el principal gancho publicitario de la película.
Podemos debatir si la película es buena o mala (es mala), pero el punto es que, al desaparecer de la plataforma, se convierte en el primer caso en el que una obra queda incompleta simplemente porque ya no resulta rentable para una empresa de streaming. Y eso es una señal de alarma: la memoria fílmica y la conservación del cine están quedando en manos de empresarios que valoran las obras sólo por su rentabilidad.
“Bueno, Rodrigo, nadie va a llorar por Bandersnatch en el futuro”. Cierto. Pero si esta va a ser la nueva forma de medir el valor del cine, nuestras cinetecas y archivos fílmicos terminarán llenos de “nuevas versiones de obras de los 2000” o “películas genéricas de acción protagonizadas por Jennifer Lopez interpretando a Jennifer Lopez en una película financiada por Jennifer Lopez”. Y eso… suena a que el futuro del cine es aterrador.
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